SERVIDORA
SILVIA MARÍA FLORES, silviamflores@gmail.com
GUATEMALA.
ECLESALIA, 06/09/10.- Al leer el artículo de Carmen Bilabaca “Bautizada” (Eclesalia, 29/07/10), con relación al deseo de realizar su vocación en el Sacerdocio femenino, el cual sabemos de sobra que, en la Iglesia Católica, por siglos no se ha permitido, me ha provocado una reflexión profunda desde lo que es mi vocación como bautizada, mujer y madre.
Considero que la demanda de Carmen es un derecho conculcado y me alegra que encuentre eco en tantas mujeres que tienen vocaciones excepcionales de entrega y de servicio. Es posible que su sueño se realice más pronto que el mío. Porque para el de ella se necesita que una persona cambie su forma de pensar y dé una “concesión” a la mujer.
Pienso que alcanzar ese sueño en una estructura eclesial como la actual, aunque es un gran paso, es un sueño limitado, porque no se trata de subir el peldaño a la Jerarquía y hacer lo mismo que hacen los hombres. El sacerdocio femenino debe darle otra dimensión a la Iglesia.
Para realizar mi sueño, necesitamos tomar conciencia de que no basta con ser «cristianos», tampoco basta con creer en Jesús, o con tener fe en Jesús; han pasado casi 2000 años y el mundo no se ha transformado. Necesitamos tener una fe como la de Jesús, creer en su proyecto, que es el Reino de Dios. Es necesario que la Iglesia (como pueblo de Dios) vaya asumiendo los dones recibidos en su bautizo, asuma el sacerdocio común de los y las fieles y vaya alcanzando una fe madura, una fe adulta, responsable, capaz de elegir el Reino de Dios, que ya está entre nosotros y nosotras, y empezar a vivirlo. «La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales». (Doc de Aparecida 2.1.11)
Yo sueño con un cambio profundo en toda la Iglesia, una vuelta al modelo de la comunidad de Jesús y de las primeras comunidades. Sueño con una Iglesia circular (no piramidal como está ahora, lo que ocasiona que unos pocos estén encima de las grandes mayorías y ejerzan una autoridad de poder).
Sueño con una Iglesia comunidad de comunidades, toda ella ministerial, en la que todas y todos ejercemos una democracia radical, tomando en conjunto las decisiones, resolviendo los problemas que van surgiendo, celebrando nuestra fe en la Eucaristía, eligiendo a las personas que ejercerán los diferentes ministerios que requiera cada comunidad, o a quien coordine varias comunidades (obispos, etc.) sin que por ello se deban sentir superiores, con derecho a privilegios o a ser servidos… la autoridad de Jesús equivale a servicio “El que quiera ser el primero, que se haga el servidor de todas y todos”.
Sueño con una Iglesia en la que lo más importante es la vida, la persona, no su cargo, no lo que tiene, no las normas, no los ritos… La persona. Especialmente las más necesitadas: enfermas, encarceladas, las viudas, madres solteras, madres adolescentes, niñas y niños abandonados, jóvenes descarrilados. Una Iglesia al lado de las personas más necesitadas como lo hizo Jesús, hasta que, como en las primeras comunidades, no haya ninguna persona necesitada.
Una Iglesia que renuncia a otros reinos y vive radicalmente el amor, la justicia, la solidaridad, la fraternidad… con alegría y sencillez y las contagia al resto de la sociedad, de la misma manera como unos granos de sal dan sabor a toda la comida. Una Iglesia que sea fermento en la sociedad y la transforme en un mundo justo, equitativo, de bienestar para todas y todos, sin divisiones, discriminaciones ni exclusiones… Es lo que entiendo cuando leo lo que los Obispos Latinoamericanos, en la Reunión de Aparecida dicen: “La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza”. (Doc. Ap. 362). (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).