ENTONCES EL MONJE DIJO…
MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@pazsantos.com
MADRID
ECLESALIA, 09/06/23.- Entonces el monje dijo: “El salmista se apasiona por la justicia en un mundo injusto, a favor de los más desvalidos, porque hay un Dios justo. El salmista nos interpela: si no siento esta sed es que Dios no ha entrado suficientemente en mí”.
Escuché esto hace unos años en una conferencia, y sigue en mi estantería un papel con las palabras del monje, escritas a toda velocidad para que no se perdiera ni un acento.
Aunque ha pasado bastante tiempo el monje, el salmista y el papel me siguen interpelando cada uno a su manera. El papel porque es naranja y no pasa desapercibido; el salmista porque dejó clara su pasión por la causa de los desvalidos, que es el clamor de su tiempo y de todos los tiempos, el actual también; y por último, el monje que me transmitió un mensaje de la antigüedad bíblica con palabras de hoy, concisas, claras y preñadas de sabiduría.
La pasión del salmista es que la justicia reine en un mundo injusto a favor de los desvalidos. Pero habla de una justicia que no es la de los hombres. El salmista habla de una justicia de un Dios justo, y eso es muy diferente.
En la justicia administrada por los hombres siguen perdiendo los desvalidos; en la de Dios, el salmista sabe que los infravalorados por el mundo son lo más en su corazón compasivo y misericordioso.
El salmista se apasiona por la justicia, en un mundo injusto…”suena bastante bien, pero no es todo, avanza tomando partido, no se esconde, se pone al lado de los desvalidos porque hay un Dios justo”. Va mucho más allá de la justicia meramente humana y tantas veces mediocre, sibilina e interesada. Justicia que sigue la literalidad de la ley aunque no por eso es realmente justa.
Mucho tiempo de oración, silencio y contemplación debió hacer el salmista hasta que su corazón fue moldeado y modelado para distinguir una justicia de la otra, para elegir libremente la del Dios justo, que enseña a apasionarse y ponerse a favor de los más desvalidos… los últimos, los que sobreviven en los márgenes de la pseudo-justicia de los hombres.
No acaba aquí la cosa, recordemos ahora lo que sigue diciendo el monje: “El salmista nos interpela: si no siento esta sed es que Dios no ha entrado suficientemente en mí”.
Sed, habla de sed. Algo tan interno y primario que, si fuera de agua, va la vida en ello. Sed de colaborar con un Dios justo que imparte justicia desde el Amor. ¿Será esto? ¿Me habré distraído con la justicia que se imparte en el mundo? Preguntas al aire.
Nadie puede salvarse de esta interpelación. Se podrá obviar, evitarla dando rodeos, dejarla de lado como algo molesto, pero ahí queda como un reto.
Cada uno desde su vida, su vocación, su carisma, sus dones, antes o después, habrá de discernir si realmente siente esa sed interior y se apasiona por la justicia que emana de un Dios justo, cuya ley es el Amor, implicándose a favor de los más desvalidos.
Como el salmista habrá que dedicar tiempo a la oración, al silencio y a la contemplación para dejar espacio en profundidad al Dios justo que nos quiere en su equipo (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

