AFLIGIDOS Y AGOBIADOS
A propósito de Mateo 11, 25-30
BERNARDINO ZANELLA, bernardino.zanella@gmail.com
CHILE.
ECLESALIA, 06/01/23.- A veces, cuando estamos muy angustiados por dificultades y problemas, invocamos a Dios, y nuestra oración se hace grito y gemido por el sufrimiento y la impotencia. En el evangelio, Jesús nos enseña a orar como hijos e hijas que confían en el Padre, sin charlar mucho, como si se tratara de convencer a Dios y presionarlo para que nos escuche. El Padre ya sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos.
Jesús mismo ora. El evangelio de san Mateo nos transmite una bellísima oración de Jesús:
Jesús dijo:
Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
Mateo 11, 25-30
Antes de este texto, el evangelio de Mateo recuerda la lamentación de Jesús con que “recrimina a las ciudades donde había realizado la mayoría de sus milagros –Corozaín, Betsaida, Cafarnaúm– porque no se habían convertido”. Pero hay personas que están abiertas a la enseñanza de Jesús: “los pequeños”. Jesús se dirige al Padre, lo alaba y bendice: lo reconoce “Señor del cielo y de la tierra”. Este poder de Dios sobre cielo y tierra se traduce en una actitud desconcertante. A los “sabios y prudentes” él esconde las cosas del Reino de Dios. Los que tendrían que saber más, conocer más profundamente los misterios de Dios y del hombre, en realidad tienen un velo sobre los ojos, son ciegos. Y a partir de su ceguera pretenden dirigir al pueblo, con una religión opresora y explotadora, de imposiciones y obligaciones. Sin duda Jesús se refiere a los escribas y fariseos, que tenían atado al pueblo con una infinidad de normas y leyes que garantizaban el ejercicio de su poder y de sus intereses. Pero son también los sabios de todos los tiempos. Ellos creen que lo saben todo, que conocen bien la lógica del mundo, que es una lógica de poder, en que el más fuerte domina y se hace servir. Consideran que sólo esa lógica sirve para vivir en este mundo, desprecian y se oponen a los que no se integran en su sistema, y no se dan cuenta que es exactamente esa lógica que produce violencia, injusticia, muerte.
En su oración Jesús dice que el Padre ha querido ocultar a esos sabios un camino diferente, porque ellos no necesitan a Dios y sólo lo usan. Son cerrados y autosuficientes. En cambio, “los pequeños”, los sencillos, los pobres pueden abrir su corazón a Dios y entender la propuesta que Jesús hace con su vida y su enseñanza. Para ellos el Padre quita el velo, revela el camino escondido, el tesoro para el cual vale la pena vender todo, la puerta angosta que pocos descubren. El vivir bien no pasa por un mayor o menor conocimiento teórico de doctrinas religiosas, sino por acoger y poner en práctica la propuesta liberadora de Jesús
Y la conclusión de la oración de Jesús es un modelo para nuestra oración: “Sí, Padre”. No pide nada. Es una oración totalmente gratuita, que llega a la plena adhesión a la voluntad y al proyecto del Padre. Este es también el sentido de nuestro orar: no intentar de doblar a Dios para que cumpla nuestros deseos, sino ir transformando nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y deseos para identificarnos siempre más con los pensamientos y deseos de Dios manifestados en Jesús; llegar a decir con todo nuestro ser: “Sí, Padre”, libres de cualquier instinto de poder e interés.
Jesús es la Palabra del Padre, su revelación y presencia entre nosotros. Para conocer a Dios tenemos que mirar a Jesús y aprender de él, que nos ofrece otra sabiduría, y no la de los “sabios y prudentes”. Ha venido para liberarnos de todas las ataduras: las que quieren imponernos los poderosos, y las que alimentamos nosotros mismos dentro de nosotros, cuando no sabemos perdonarnos y reconciliarnos con nosotros mismos.
La única atadura que Jesús nos propone, la única ley, es la ley del amor. Su “yugo es suave”, y su “carga liviana”: tienen fuertes exigencias de humildad y honestidad, pero no oprimen. Atraen y seducen, y hacen vivir plenamente las bienaventuranzas. Sólo en él, siguiéndole a él, que va delante, encontrará paz y alivio nuestro corazón afligido y agobiado (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).
