SI TU HERMANO PECA
A propósito de Mateo 18, 15-20
BERNARDINO ZANELLA, bernardino.zanella@gmail.com
CHILE.
ECLESALIA, 11/09/23.- Uno de los sentimientos humanos más profundos e instintivos, es el deseo de venganza, cuando consideramos, con o sin razón, que hemos sido ofendidos, personalmente, o el grupo al que pertenecemos.
A veces en la Biblia se le atribuye al mismo Dios el espíritu de venganza, para castigar en Israel las transgresiones a su Ley, y en los pueblos extranjeros las violencias contra Israel.
Más propiamente, la Biblia reivindica sólo para Dios el poder de la venganza, para liberar el corazón del hombre de la voluntad de vengarse por su propia cuenta, por una ofensa o una injusticia recibida: “Mía es la venganza; yo daré lo merecido”.
También la ley del talión del “ojo por ojo, diente por diente” ha querido limitar la reacción violenta del que se considera ofendido: su venganza no puede producir un mal mayor que la ofensa recibida. Si te han sacado un ojo o un diente, tú puedes sacarle un ojo o un diente a tu adversario, pero no más que eso. No puedes sacarle los dos ojos, o matarlo.
La idea de un Dios justiciero, que toma venganza de todas las ofensas, está profundamente enraizada en la conciencia religiosa. Los males que nos llegan, a veces por nuestros errores o limitaciones, son fácilmente interpretados como castigo de Dios: un Dios que mide todas nuestras acciones con los criterios de la justicia humana y da a cada uno según su merecido.
Jesús nos propone otra imagen de Dios: un Dios que es Padre. Y como hijos e hijas de un padre tan misericordioso, Jesús nos enseña a no responder al mal con el mal, a romper la cadena de la venganza y trabajar con otros medios por la reconciliación, la justicia y la paz, aunque esta opción parezca históricamente perdedora. La comunidad cristiana tendría que ser un modelo de perdón y corrección fraterna en las relaciones interpersonales de sus miembros.
Leemos en el evangelio de san Mateo:
Jesús dijo a sus discípulos:
Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.
Mt 18, 15-20
La comunidad de los discípulos tiene que ser el lugar del amor fraterno y de la paz, y si la paz ha sido rota por alguna ofensa, hay que buscarla de nuevo a través de la reconciliación.
En el texto del evangelio vemos a dos miembros de la comunidad: uno que ha ofendido y otro que ha sido ofendido. La ofensa es un mal que hay que eliminar, porque daña a las personas y a la comunidad, y podría despertar el deseo de venganza. El evangelio de Mateo nos propone los pasos conocidos por la tradición. El que ha sido ofendido no tiene que esperar que el ofensor se arrepienta y pida perdón. Y menos puede pensar en la venganza. Tiene que ofrecerle su perdón y corregir fraternalmente al hermano a solas: “Ve y corrígelo en privado”. Será la manera de intentar ganarlo y reconducirlo a la comunidad.
Si el autor de la ofensa no reconoce su falta, otros miembros de la comunidad podrán hablarle y ser testigos de su error: “Busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos”. Y si no los escucha, finalmente será la comunidad que tratará de hacerle reconocer el mal hecho. La comunidad tendrá que ayudar al hermano a liberarse de su culpa y experimentar el don del perdón y de la reconciliación.
Frente a la posible indisponibilidad del hermano, Jesús dice: “Considéralo como pagano y publicano”, como un pecador. Pero Jesús ha venido justamente para los pecadores, los enfermos, los excluidos. Si tu hermano sigue en el error, él mismo se separa de la comunidad, pero tú no lo dejes solo, ámalo más, aunque sea con un amor que no tiene respuesta. Si hay que amar a los enemigos, cuánto más tendrás que amar a un hermano que se ha equivocado, sin juzgarlo, consciente de tu propia fragilidad. Puedes ganarle sólo con el amor, un amor misericordioso que te llevará a orar por él, con una oración comunitaria que será irresistible frente al Padre: “Lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo”. La infinita compasión del Padre pasa por la acción liberadora de la comunidad, lo que dará segura eficacia a la oración de la comunidad, en un contexto de reconciliación, no será su poder o el número de sus integrantes. Por pequeña y débil que sea la comunidad, su fuerza será el nombre de Jesús, apelando a su persona: “Si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”. Él está en medio de los hermanos que no quieren ser jueces de un hermano que peca, sino testigos e instrumentos de su misericordia. Centrados en Jesús y comprometidos con su proyecto, podrán extender en el mundo la experiencia de la compasión vivida en la comunidad (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).
