TODOS LLAMADOS A LA SANTIDAD
“No tengáis miedo a ser santos y dejar que Cristo reine en vuestros corazones” (San Juan Pablo II).
CARMEN HERRERO MARTÍNEZ, herrerocarmen63@gmail.com
ZARAGOZA

ECLESALIA, 03/11/23.- Todos estamos llamados a la santidad. La Palabra de Dios nos dice: “Sed santos, porque yo, vuestro Dios, soy santo” (Levítico 19,2). Y Jesús en el Evangelio: “Vosotros, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48) [1]. Otras traducciones dicen: “sed santos”. Este imperativo “sed”, puede darnos un cierto miedo y temor, pero no hemos de tener miedo ante el mandato Jesús, al contrario, esto tiene que llenarnos de gozo y de júbilo, porque la santidad es una aventura maravillosa, que no depende de nuestras fuerzas, sino de un disponerse en todo momento, con sencillez y determinación, a acoger la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Decía un sacerdote en su homilía: “ser santos es querer”. Y es verdad, porque Dios nos llama a serlo; entonces, de nosotros depende la respuesta. En realidad, no sé si queremos ser santo o nos conformamos tan solo con ser buenas personas. Este es el verdadero interrogante.

San Pablo dice que debemos caminar en el Espíritu Santo (Gal 4, 6-7; 5,16-26). La obra del Espíritu es: configúranos con Cristo; dejando las obras de la carne para revestirnos de la nueva creatura. Ni la santidad ni la salvación, viene por las obras de la ley, sino por pura gracia, por la fe y el seguimiento de Jesucristo. “Nadie alcanzará la salvación divina por el cumplimiento de la Ley” (Rm 3,20). Es la gracia la que nos santifica y nos salva. Es evidente que, de esta gracia recibida brota la conversión, las obras y los frutos de santidad en el Espíritu como respuesta a su acción santificadora; pero tenemos que tomar conciencia de que lo importante no es lo que la persona hace, sino lo que Dios hace en ella, siempre que estemos abierto a su acción y le dejamos hacer. Las palabras de Benecito XVI pueden ayudarnos a comprender mejor qué es la santidad: “¿Qué es la santidad? La santidad es la unión y configuración con Cristo, un enraizamiento en la gracia bautismal y en el misterio pascual. La santidad no es el fruto del esfuerzo, es Dios quien santifica a través de la acción de su Espíritu Santo y el don de la vida en Cristo resucitado” [2].

La santidad es un camino de vida que no se alcanza de una vez por todas; pues requiere un fuerte deseo renovado cada día, en cada instante, dejándonos santificar y modelar por la acción del Alfarero divino. La santidad es un proceso que nos va santificando y uniendo cada vez más a Cristo, y en Cristo somos transformados en la perfecta vasija que Dios ha soñado para su pueblo y para cada uno de sus hijos.

Estando todos llamados a la santidad, no debemos vivirla como algo únicamente personal e individual. Si bien es cierto que la santidad es personal, también lo es comunitaria. “La santidad es camino que va de mí hacia mi hermano” glosará en su poesía fray Luis de León. Por supuesto que cada uno es único para Dios, y la santificación también es única y personal; ahora bien, estando en comunión con Dios, estamos en comunión los unos con los otros, y desde esta comunión todos participamos de la santidad de todos; esta es la comunión de los santos, los vasos comunicantes. De ahí, pues, que podamos hablar de una santidad eclesial y comunitaria, de una santidad de comunión, porque la santidad la vivimos no solamente desde el “Yo”, sino también desde el “Nosotros”. Es importante vivir la llamada a la santidad desde esta dimensión eclesial y comunitaria.

Los cristianos formamos un solo cuerpo en Cristo y todas nuestras acciones tienen una dimensión comunitaria, más todavía, cósmica. Todos aportamos nuestra piedra en la construcción de la Iglesia y de la sociedad. Como decía Pablo VI: “Embellezcamos con nuestras vidas nuestra Madre la Iglesia”. Caminar hacia la santidad desde esta dimensión eclesial y comunitaria abre nuevos horizontes y ayuda a salir de nuestros “capillismos individualistas” para vivir lo comunitario, lo universal.

En la historia de la Humanidad, en los momentos más decadentes, siempre han surgido hombres y mujeres de grandes valores que, con el ejemplo de su vida y de su entrega generosa, han contribuido al cambio de la sociedad y de la Iglesia. Desde esta perspectiva, la llamada a la santidad nos convoca a encarnar en el mundo actual, tan necesitado de santos, los valores evangélicos, las bienaventuranzas. Desde la respuesta a la santidad tenemos la certeza que estamos colaborando con el plan de Dios para la Iglesia y la Humanidad, y contribuyendo a formar un mundo más humano y más de Dios. Desde la santidad de vida, una Iglesia más evangélica, al estilo de Jesús, y un mundo más justo y mejor es posible.

La eucaristía es el centro y la cumbre de la vida cristiana, de ella y en ella recibimos la gracia santificadora que nos une a Cristo, a su Iglesia y a todos los hombres hermanos en humanidad, la eucaristía es la comunión perfecta que nos conduce a la santidad personal y comunitaria.

Nuestra vida cristiana es un camino de santidad que nos lleva a Dios, a la Nueva Jerusalén, donde viviremos la santidad plena para la gloria de Dios Padre y para la felicidad y plenitud personal en comunión con todos los santos.

La fiesta de Todos los Santos nos invitaba y animaba a caminar por el camino que conduce a la santidad. Avivemos el deseo de ser santo. “Santos de la puerta de alado. Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad» [3]. Si así podemos hablar, pues la medida de la santidad solo le pertenece a Dios (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

“Que cuando Jesús nuestro Señor vuelva acompañado de sus santos,
os presentéis santos e irreprochables ante Dios, nuestro Señor”
(1 Ts 3,13).


[1]. Cf. Levítico, 11,44; 1Pedro 1,16; Santiago 1, 4.

[2] Miércoles 13 de abril de 2011 (ZENIT.org).

[3]. GAUDETE ET EXSULTATE nº 7 del papa  FRANCISCO. Copyright © Dicastero per la Comunicazione – Libreria Editrice Vaticana