LA IGLESIA Y SU VOCACIÓN
JOSÉ MORENO LOSADA, Delegado Diocesano de Migración en Mérida-Badajoz, jose.moreno.losada@gmail.com
BADAJOZ
ECLESALIA, 17/03/25.- En el caminar de los siglos, la Iglesia milenaria tiene que estar continuamente purificándose para poder seguir llevando el tesoro del evangelio en su vasija de barro. Nos cuesta entender que el horizonte de nuestra comunidad cristiana universal no está en el éxito y la muchedumbre institucionalizada y oficializada. Cuando el evangelio ha sido asumido socialmente y se ha hecho cultura, corre el riesgo de ser determinado por lo que él mismo ha configurado, tiene el peligro de identificarse con una cultura, con un modelo de sociedad, y de creer que eso forma parte de su evangelio y su tradición más pura. Cuando eso ocurre se adentra en caminos de poder, de defensa, cuando no de ataque frente a los otros, de conquista y para ello comienza a usar los mismos recursos que los poderes de este mundo: riqueza, poder, gloria… Acaba así confundiéndose con lo mundano en nombre de lo divino.
En el caminar van apareciendo las falsas profecías y justificaciones, pervirtiendo el amor primero. La carta a las iglesias del Apocalipsis debería estar siempre bajo la almohada eclesial para poder seguir viendo en las noches de la historia, la luz de la verdad, la justicia y la pureza del amor. Sabemos que hay mucho bien y verdadero evangelio en el mundo, que la Iglesia lo proclama y lo vive. Basta tener los ojos bien abiertos en lo universal de las comunidades cristianas actuales, en los más sencillos y humildes, y los que con ellos se identifican y caminan, más allá de grandes estructuras y organizaciones. Pero también somos conscientes de que, en la realidad de este mundo cambiante, en la vuelta que ha dado la humanidad y la cultura, hay una forma de querer ser institución, iglesia, que no es de recibo. No lo es ni por el evangelio que representa y predica, ni por los modos que chocan con una cultura nueva que aspira a valores propios en la comprensión de lo humano y su dignidad. Ya el Concilio Vaticano II hizo una reflexión y toma de conciencia profunda preguntándose sobre la iglesia misma y su lugar en medio del mundo, en el contexto de una cultura nueva.
La suerte está echada y la Iglesia hoy, como siempre, ha de volver a las bienaventuranzas y examinarse de la tentación de las malaventuranzas. Pasar del poder y de la posesión de todas las verdades, a ser servidora y discípula de la humanidad sufriente, pobres, hambrientos, tristes, perseguidos… Y esto no con obras aisladas o complementarias, sino como eje central y verdadero de su ser y estar en el mundo. Lo que está en juego es la identidad eclesial, que no tiene otra referencia e imagen que imitar sino la del maestro, con la toalla ceñida, lavando los pies a sus discípulos e invitándoles a hacer ellos lo mismo. Una Iglesia que no es imparcial, porque se debe inclinar ante los pies más cansados y heridos de la historia para lavarlos, secarlos y besarlos como presencia del Dios de la verdad y la vida.
Lo que no está en esta dirección de bienaventuranzas no pertenece a la verdadera tradición que se nos ha transmitido cuando recibimos el mandato de “haced vosotros lo mismo” que el Maestro y Señor. El espíritu de discernimiento es necesario hoy en la vida personal de cada cristiano, en las comunidades y en la Iglesia universal. No seamos imparciales y mucho menos indiferentes ante el mundo, la humanidad y, por ello mismo, ante nuestra propia Iglesia que necesita bienaventuranza para ser auténtica (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).
