LA VIGA EN TU OJO
A propósito de Lc 6, 39-45

BERNARDINO ZANELLA, bernardino.zanella@gmail.com
CHILE.

ECLESALIA, 07/04/25.- El respeto del otro no significa indiferencia y lejanía, sino el cuidado y la acogida del hermano, con la aceptación de sus limitaciones y fragilidad, que muchas veces nos revelan nuestras mismas limitaciones y fragilidad.

Leemos en el evangelio de san Lucas 6, 39-45:

Jesús hizo esta comparación: ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?

El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.

¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo”, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.

No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.

El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

En la segunda parte del “sermón del llano”, Jesús va dando distintas indicaciones. Desea que sus discípulos aprendan de él, de su vida y de sus actitudes concretas, para llegar a amar según su ejemplo y su enseñanza. Un discípulo, que no haya llegado a reproducir las características del maestro y pretenda enseñar a otros el camino del seguimiento de Jesús, sería como un ciego que pretenda “guiar a otro ciego”. Su destino sería inevitable: “¿No caerán los dos en un pozo?”.

Jesús es “el Hombre”, el modelo de humanidad, y el discípulo se realiza plenamente cuando refleja fielmente la manera de ser de su maestro: “el discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro”.

No tiene sentido y es una mentira querer hacerse jueces y corregir los defectos de un hermano, sin ver y corregir primero los propios. El hermano puede tener sólo una paja en el ojo, que sin duda es un problema, pero no puede ayudar a solucionarlo el que tiene una viga en su propio ojo. Imposible que enseñe a amar el que no sabe amar.

Y el criterio para reconocer la bondad de un hermano no son sus palabras, sino los hechos concretos. El árbol que produce “frutos buenos” demuestra que es un árbol bueno. El “hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón”: produce frutos de solidaridad, de justicia, de misericordia y de perdón, y también los frutos de la misión, del compartir el mensaje de Jesús, invitando a entrar en el reino de Dios, en el proyecto de humanidad nueva que Jesús anuncia.

Igualmente, la maldad de una persona se revela por los “frutos malos” que produce: “No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas”. La maldad de su interior se manifiesta en obras de injusticia, de violencia, de egoísmo. Su boca habla palabras de mentira, “porque de la abundancia del corazón habla la boca”: hijo del padre de la mentira. Estas indicaciones de Jesús complementan y explican las Bienaventuranzas, y ayudan a realizarlas en la vida del discípulo, en su relación consigo mismo con un camino de sanación personal, y en su relación con la comunidad y con toda la sociedad (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).