GLOBAL SUMUD: UNA FLOTILLA DE ESPERANZA FRENTE AL MAR DE LA BARBARIE
IÑIGO GARCÍA BLANCO, Hermano Marista, i.garciablanco@gmail.com
MADRID.

ECLESALIA, 12/09/25.- El Mediterráneo central se ha convertido en escenario de dos dramas paralelos: el de los migrantes que intentan cruzar sus aguas y el del pueblo palestino, cercado en Gaza, que mira al horizonte buscando un respiro. El mar, tantas veces llamado puente entre culturas, hoy es más bien frontera y fosa. Pero una flotilla humanitaria, la mayor organizada hasta ahora bajo el nombre de Global Sumud, quiere romper esa imagen y recordarnos que todavía hay humanidad capaz de navegar contra corriente.

Sumud significa perseverancia en árabe. No es un término vacío: es la palabra que mejor encarna la dignidad de un pueblo que resiste pese a todo. Esta misión internacional lleva a bordo alimentos y medicamentos con un objetivo claro: abrir un corredor humanitario hacia Gaza y romper el bloqueo que asfixia a más de dos millones de personas.

El organizador SaifAbukeshek lo resume en una frase: “La esperanza es la resistencia de los palestinos”.

Una crisis humanitaria de dimensiones catastróficas

Las cifras confirman lo que las imágenes apenas logran transmitir. El 22 de agosto de 2025, la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (IPC) confirmó la existencia de hambruna en Gaza, con más de medio millón de personas afectadas. Para finales de septiembre, se proyecta que 640.000 gazatíes estarán en inseguridad alimentaria catastrófica (Fase 5), y más de un millón en situación de emergencia o crisis.

A esto se suma la escalada de muertes: 63.000 personas han perdido la vida en menos de dos años de conflicto, muchas de ellas niños y niñas. La política internacional parece medir el tiempo en cadáveres, mientras la maquinaria de la guerra avanza implacable. Gaza se ha convertido en el espejo de una contradicción: la comunidad internacional que proclama derechos humanos, pero tolera el hambre, la destrucción y la matanza de inocentes.

No queremos acostumbrarnos

En este punto, hay algo que no podemos permitirnos: la normalización de la guerra. No podemos aceptar que la sangre inocente de Palestina —y de tantos pueblos olvidados— se reduzca a cifras que ya no conmueven. No podemos resignarnos a que el llanto de los niños se convierta en ruido de fondo en nuestras pantallas.

Cada día corremos ese riesgo. La repetición de las imágenes de destrucción, el flujo constante de titulares, el bombardeo de cifras, pueden insensibilizarnos. Es el gran peligro de nuestro tiempo: acostumbrarnos a la barbarie.

El periodismo crítico y la conciencia ciudadana deben levantar un muro contra esa indiferencia. Porque cuando el dolor se normaliza, cuando la muerte se convierte en paisaje, hemos perdido algo más que la capacidad de indignarnos: hemos perdido un pedazo de nuestra humanidad.

La política que se escribe con vidas humanas

Hay una pregunta incómoda que no podemos dejar de formular: si las guerras son cuestiones políticas, ¿por qué los inocentes pagan siempre el precio más alto? ¿Por qué las disputas de poder y los intereses económicos se escriben con cuerpos anónimos, con ciudades arrasadas, con familias rotas?

El escándalo de Gaza es también el escándalo de un sistema internacional incapaz de anteponer la vida a la geopolítica. Es la prueba de que, cuando la política se desconecta de la ética, se convierte en maquinaria de muerte.

Llamarlo de otra manera sería mentirnos. Y el silencio, en este caso, es complicidad.

Voces que se levantan

Sin embargo, no todo está perdido. En distintas ciudades del mundo, miles de personas se han echado a las calles en manifestaciones que claman justicia y exigen un alto al fuego. Esa conciencia viva, esa indignación que se organiza, es una semilla de esperanza.

La flotilla Global Sumud también es parte de esa resistencia civil. Pequeñas embarcaciones, frágiles frente al poder de las armas, pero cargadas de dignidad y de fe en que la solidaridad puede abrir caminos allí donde los gobiernos levantan muros. En ellas viaja más que ayuda humanitaria: viaja un mensaje al mundo, un recordatorio de que la esperanza no se ha extinguido.

La fe que no calla

Desde la mirada creyente, el desafío es aún más radical. El Dios de la vida no permite el silencio. La fe no puede reducirse a consuelo íntimo mientras se derrama la sangre de los inocentes. El Evangelio nos confronta: la paz no es ingenuidad, es fruto de la justicia, y la justicia exige denuncia y compromiso.

Callar es hacerse cómplice. Hablar y actuar es abrir grietas por donde puede entrar la esperanza. Por eso repetimos con firmeza: no queremos acostumbrarnos a la barbarie, queremos educar el corazón en la fraternidad. No queremos aceptar la lógica de la violencia, queremos comprometernos con la lógica de la vida.

Una tarea urgente y compartida

El día en que las armas callen y los pueblos canten llegará, pero no será por inercia. Llegará si hoy, aquí, somos capaces de indignarnos, de actuar y de creer que otra historia es posible. La flotilla Global Sumud nos recuerda que el futuro no está escrito solo por los poderosos: se escribe también desde los gestos de solidaridad, desde la resistencia de quienes no se resignan, desde la perseverancia de quienes apuestan por la vida.

El Mediterráneo no debe seguir siendo fosa común, sino mar de hospitalidad. Gaza no puede seguir siendo sinónimo de destrucción, sino lugar de reconciliación. Y la humanidad no puede seguir mirando hacia otro lado sin pagar un precio moral incalculable.

Global Sumud nos enseña que todavía hay quienes navegan con la convicción de que la perseverancia es más fuerte que el miedo, y que la defensa radical de la vida es la única brújula que puede salvarnos en este tiempo crítico de la historia (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).