SICILIA EN EL UMBRAL DEL OLVIDO
Cuando los niños migrantes quedan sin voz

IÑIGO GARCÍA BLANCO, Hermano Marista, i.garciablanco@gmail.com
SIRACUSA (ITALIA).

ECLESALIA, 01/10/25.- Desde las orillas del Mediterráneo hasta los muros de Siracusa, se alza un grito silencioso: el de los menores extranjeros no acompañados que ven diluidas sus vidas por decisiones políticas que los consideran “demasiado costosos”.

En 2025, la amenaza de imponer un recorte al 35 % en los reembolsos estatales a los municipios que los acogen no solo es una regresión administrativa, sino una afrenta moral hacia quienes ya están heridos por el viaje.

“Yo no quería morir en el mar, quería estudiar”

Una adolescente procedente de Eritrea, acogida en una comunidad de Agrigento (Sicilia), relata:

Cuando llegué tenía 16 años. Pensaba en volver a casa y que todo estuviera mal, pero nunca imaginé que aquí también me sentiría sola. A veces no me creen, me dicen que pido demasiado; pero yo solo quiero aprender el idioma, tener un espacio donde no temer por la noche”.

“No me escuchan, me hacen esperar meses”

Un joven nigeriano que vivió en un centro de acogida en Sicilia denuncia:

Esperé ocho meses para mi tutor, pero no llegó. Durante ese tiempo no podía matricularme en escuela ni trabajar legalmente. No tenía quien me acompañara. Me decían: espera, espera”.

Voces del personal de los centros

Una operadora social comparte:

A veces me duele decirlo, pero sé que algunos menores prefieren no pedir ayuda porque sienten que molestan. Cuando los recursos escasean, el sistema les enseña que no importan. Yo me quedo con la culpa de no poder hacer más”.

Aunque no aparecen en documentos públicos oficiales recientes, estas voces emergen del tejido asociativo que trabaja en Sicilia, donde muchas entidades locales hacemos malabares con presupuestos mínimos. Las dilaciones administrativas revictimizan al menor.

Cuando el Estado decide trasladar a los municipios el 65 % del costo de la acogida, no habla de abstracciones: penaliza los centros donde esos jóvenes habitan, donde entidades sociales trabajan y donde esas voces esperan.

El recorte no solo desgasta el servicio: expone la falta de voluntad política. El silencio administrativo crece cuando las entidades locales piden explicaciones, pero no reciben respuestas. Las solicitudes de reembolso quedan meses “en espera”, sin contestación clara. Así, muchos espacios de acogida quedan suspendidos entre la incertidumbre técnica y la desmotivación de quienes los sostienen.

Imaginar Siracusa como espacio seguro y vibrante es posible: pero exige voluntad, visibilidad y compromiso moral. Las entidades locales que ya trabajan con menores no acompañados necesitan:

  • financiamiento estable, no sujeto a recortes discrecionales;
  • canales administrativos rápidos para reembolsos;
  • apoyo público que visibilice sus logros y alumbre sus dificultades a la opinión pública;
  • políticas municipales de integración (acceso a empleo, mentoría, espacios de convivencia con jóvenes locales).

Estamos necesitados de un “Pacto por la Infancia Migrante” que comprometa recursos públicos municipales, aunque modestos.

Se puede decir fuerte: aquí descansan muchas promesas. Cada menor sin acompañante es una deuda moral que Italia (entre otros tantos países del Mediterráneo) debe saldar. En el silencio administrativo se esconden incumplimientos del deber del Estado, pero también una oportunidad de despertar la conciencia colectiva.

No permitamos que una política restrictiva socave la universalidad de derechos. No dejemos que el 35 % sea un símbolo de olvido. Del otro lado hay una voz, un rostro, una historia. Nos incumbe no acallarla.

Que Siracusa, Sicilia y los pueblos que enfrentan la llegada de esos menores se conviertan en faros de humanidad: el faro que acoge, que acompaña, que dignifica. Y que ese faro se sostenga no solo con buenas intenciones, sino con recursos, con leyes cumplidas, con justicia protegida.

Hoy más que nunca, el grito debe sostenerse con esperanza. Porque solo una humanidad consciente reconoce que proteger no es un gasto, sino una inversión en dignidad (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

CREDO
Por los niños y niñas del umbral

Creo que su nombre, su rostro y su historia son sagrados.

Creo que todo niño y niña tiene derecho a ser protegido,
sin excepción, sin condición, sin frontera.

Creo que su voz debe ser escuchada,
porque la infancia no es silencio,
es palabra que reclama participación y futuro.

Creo que la administración no debe esconderse en silencios,
ni las instituciones en tecnicismos:
la justicia no se tramita, se ejerce.

Creo que ningún presupuesto ni cálculo administrativo
puede negar lo que es universal: el derecho a crecer con dignidad,
a ser cuidado por una comunidad,a ser acompañado en su fragilidad.

Creo que acompañar es más fuerte que abandonar,
que proteger es más fecundo que excluir,
que la esperanza es más poderosa que el cálculo económico.

Creo que la tierra que acoge se hace más justa,
y que las ciudades que protegen… se convierten en faros de humanidad.

Creo que el abandono no es opción, que la indiferencia es una herida moral,
y que toda sociedad será juzgada por cómo trató a sus pequeños y pequeñas.

Creo que Sicilia, Siracusa y cada puerto del Mediterráneo
están llamados a ser casa abierta, faro de acogida,
tierra donde la infancia pueda sonreír sin miedo.

Creo que cada menor no acompañado
lleva en su rostro un llamado a la responsabilidad colectiva:
nos convoca a ser familia, hogar y esperanza.

Creo en un pacto humano que atraviese fronteras,
en un compromiso que no delega,
en la certeza de que defender a los pequeños
es defender el corazón de la humanidad.

Por eso proclamo:
ningún niño, ninguna niña debe quedar en el umbral del olvido,
ningún derecho puede ser rebajado a trámite,
ninguna infancia será nunca un gasto.

La humanidad se mide en cómo cuida a sus menores.

Y nosotros creemos, resistimos y actuamos para que vivan.