«PERSEGUIDOS POR MI CAUSA»
JUAN ZAPATERO BALLESTEROS, zapatero_j@yahoo.es
SANT FELIU DE LLOBREGAT (BARCELONA).

ECLESALIA, 29/10/25.- El día 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos, se lee en todas las iglesias del orbe católico el pasaje de las Bienaventuranzas, que aparece en el evangelio de Mateo. Cuando escucho, leo y, sobre todo, cuando reflexiono sobre este pasaje, no puedo evitar que me vengan a la mente los últimos versos del poema «Un Mundo al Revés«, de José Agustín Goytisolo «Todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés«.

Porque lo que nos recuerda Jesús en este pasaje es que su proyecto no es cuestión de algunos apaños, de un cambio de imagen, o de unos retoques dando una mano de barniz. Para constatar que es así, sólo hace falta entrar dentro del Evangelio y ver lo que allí aparece sobre lo que dijo e hizo durante su vida pública entre la gente de su tiempo. Cuando estás dentro, te das cuenta, de manera evidente y palpable, que no se trata de una reestructuración o de un cambio, por aquello de «conviene cambiarlo todo para que todo siga igual«. Nos encontramos ante un proyecto de vida totalmente nuevo y radical. Se me ocurre una imagen que, para mí, me resulta más que sugerente: es como si metiéramos la mano en el fondo del calcetín, lo cogiésemos por la punta y lo diéramos la vuelta.

Para comenzar, estoy plenamente convencido de que cualquier persona, en su sano juicio, calificaría hoy día como «astracanadas» las recomendaciones que ofrece Jesús para conseguir ser felices de verdad y de manera duradera.

Por ejemplo, miremos por donde lo miremos, en una sociedad del pelotazo y del sobresalir sobre todos y aparentar por encima de todo, hablar de la pobreza como camino para conseguir la paz interior y la harmonía con todo y con todos es, hablando en términos clínicos, un diagnóstico de psiquiatría grave que se explica en primero de carrera. Y lo mismo podríamos decir de todas y cada una de las recomendaciones restantes: vivir de manera humilde, practicar la misericordia, mirar con ojos limpios, trabajar sin descanso por la paz y la justicia. Vamos, que hasta el psicólogo y psiquiatra más vulgar lo tendría fácil a la hora de diagnosticarlo como locura, esquizofrenia o delírium tremens. Pero no solo los profesionales de las enfermedades mentales. Cualquier persona del pueblo sencillo animaría a dejarlo de lado, cuanto antes, porque el mundo y la sociedad en que vivimos no están para semejantes puñetas.

El quid de la cuestión, sin embargo, hay que buscarlo al final del texto «Bienaventurados vosotros, cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa«.

No vale, por tanto, para conseguir la verdadera felicidad y harmonía interior, asegurada por Jesús, que la persecución llegue por cualquier razón o motivo. Solamente la garantía está asegurada en los casos en los que la animadversión sea provocada por haber apostado o seguir apostando por las causas de Él. No sea que alguien se lo quiera apropiar, confundiendo persecución por la justicia con llamadas al orden o prohibiciones por predicar o difundir pensamientos religiosos que no tienen nada que ver con el mensaje de paz y de justicia que aparece en el Evangelio.

Si esto es así, la pregunta inmediata es más que evidente: ¿cuáles son estas causas? Por si nos puede ayudar, yo comenzaría advirtiendo que, en tiempos de Jesús, no fueron las que se referían al Templo ni al Imperio, por ser, precisamente, ambas causas las que abrumaban a los pobres y excluidos, por quienes Jesús había mostrado preferencia y había apostado de manera rotunda, desde el principio. Causas de carne y hueso y con nombres propios: el ciego Bartimeo, la viuda de Naim, el pobre Lázaro, etc. También causas con nombres comunes, pero igualmente hambrientos de la dignidad que la religión y el poder del momento les negaban: el ciego de nacimiento y el tullido de la piscina, entre otros.

En este día 1 de noviembre celebramos la fiesta de quienes, con nombre propio o común, por ser anónimos, apostaron y siguen apostando por las «causas de Jesús», que son, precisamente, las de los «últimos». Causas, también hoy, con nombres propios, como Palestina y tantísimas guerras e injusticias que asolan el mundo (cuyos nombres no menciono para no dejar a ninguna de ellas en el olvido). Pero, causas, a la vez, con nombres «comunes», aunque no, por ello, menos graves y virulentas. Se trataría, entre otras, de las y los «masacrados» física y psíquicamente por el hambre material que los acaba convirtiendo, en muchos casos, en verdaderos espectros vivientes; por la negación de la cultura, por la violencia estructural que quiebra y destruye las relaciones cotidianas de sus vidas, y, por desgracia, por todo un largo etc., que resultaría casi inacabable. Son ellas y ellos que claman, con urgencia inaplazable, la transformación necesaria del entorno físico y espiritual en el que viven.

Son las «causas del Evangelio», que, todo hay que decirlo, también hoy como antaño, no coinciden, a veces, o están muy distantes de las «causas de la religión del momento» (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).