DORMÍAN AL RASO Y VIGILABAN
A propósito de Lucas 2, 8-18
JUAN ZAPATERO BALLESTEROS, zapatero_j@yahoo.es
SANT FELIU DE LLOBREGAT (BARCELONA).

ECLESALIA, 22/12/25.- El Evangelio de Lucas es pródigo en detalles sobre la infancia de Jesús. Por ello a su evangelio se le conoce como el Evangelio de la infancia. Si nos adentramos en él, encontramos numerosos y variados detalles, cuya pretensión no es otra que la de presentarnos la entrada de Dios en la historia de la humanidad haciéndose presente, entre otras formas, en la de la persona de un niño débil y frágil. Es, por eso, que la escena del nacimiento, cargada de inmensa imaginación por parte de la comunidad lucana, es la que mejor podría resumir ese gran propósito.

La fantasía de la gente ha cabalgado velozmente a la hora de preparar los «Pesebres o Nacimientos» desde aquel primer Belén que pusiera san Francisco de Asís, allá por los inicios del siglo XIII. Una de las escenas que apareció ya desde el primer momento fue la que representa a unos pastores vigilando al raso su rebaño durante la noche. Pues, no en vano, es esta una escena principal de entre las que forman el nacimiento de Jesús narrado por Lucas (Lu 2,8-18).

Al leer, precisamente, esta escena, los pastores vigilando al raso, no he podido evitar que me vinieran a la mente situaciones semejantes a las de aquella primera Navidad, que continúan existiendo en nuestras vidas en general y, en particular, en muchas de las calles de nuestras ciudades, contrastando con el acomodo relativamente normal de la mayoría o, en el peor de los casos, con el bienestar más que superfluo de unos cuantos.

Quienes hoy vigilan no lo hacen normalmente desde el raso. Lo habitual es que esta labor se realice desde puestos confortables de vigilancia o desde sistemas inteligentes que la Informática y la Inteligencia Artificial están poniendo en nuestras manos.

Para quienes disfrutan de la tranquilidad y el sosiego que les confiere tal vigilancia, debe resultar muy difícil, por no decir imposible, escuchar hoy día la voz de personas carentes de tecnologías e instrumentos, pero llenas hasta rebosar de bondad, humildad y sencillez (los ángeles de hoy), que anuncian dónde encontrar la verdadera paz que no les aporta el confort del que disfrutan. Claro que, en sus vidas, ya no queda lugar para la sorpresa ni para la novedad que «sus seguridades», bien «vigiladas», han exprimido de manera definitiva. Además, tampoco están para puñetas.

Al otro lado de estas vidas, existen también, en muchas calles de nuestras ciudades, otras vidas encarnadas en hombres y mujeres que duermen «al raso», no porque tengan algo que vigilar, pues hace tiempo que les robaron hasta la dignidad y lo poco de esperanza que les quedaba, sino porque, ellos hoy, como entonces el recién nacido, carecen de medios que les den acceso a un lugar donde poder refugiarse. Por favor, no busquemos ahora causas o razones y, a la vez, abstengámonos de echar culpas sobre sus espaldas. Sería del todo injusto, humanamente hablando, y antievangélico y blasfemo, si intentáramos hacerlo desde nuestra visión cristiana.

A pesar de ello y de todo, también, hoy día, otros ángeles, anónimos la mayoría de las veces, silenciosos casi siempre e invisibles, pues quienes podrían convertirlos en noticia no están por la labor, les llevan, aprovechando la nocturnidad casi siempre, algo de calor físico, un poco de alimento y algunas dosis de dignidad y de esperanza. De esto último poco, a pesar suyo, pues no está en sus manos.

«Dormir al raso» ha sido siempre, cuando menos, sospechoso y, en nuestras ciudades hoy día, es visto como factor que ensucia la «estética y destruye el equilibrio urbano».

A pesar de ello y contra viento y marea, ángeles, como los de antaño, continúan saliendo a las calles para aportar pequeñas dosis de esperanza a quienes, “viviendo a la intemperie y durmiendo al raso”, han hecho de la desesperanza su fiel compañera (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).