PENSANDO LA JMJ
Lo que descubre de nosotros mismos
ROSA RUIZ, misionera claretiana, rosaruizarmi@gmail.com
MADRID.

ECLESALIA, 01/04/11.- La Jornada Mundial de Juventud de Madrid2011 pasará, como pasa cualquier otro evento, por importante que sea. Lo que no pasará es la realidad eclesial y sobre todo personal que este acontecimiento está poniendo en evidencia. Y no pasará porque lejos de afrontarlo, nos enzarzamos en discusiones que siempre se juegan en “los otros”, nunca en mí misma, en mis actitudes, en mi compromiso o coherencia creyente, en mi vida…

Contemplo perpleja últimamente, cada vez con mayor intensidad en la medida que se acerca agosto que numerosos foros, grupos o personas cristianas por opción, no por tradición social, expresan críticas tan descarnadas como confusas y a veces hasta engañosas. Toda demagogia lo es, creo yo. Algunos hasta comienzan citando el mensaje de Benedicto XVI como confirmación de su actitud: “Quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe como los que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia que puede ser decisiva para la vida: la experiencia del Señor Jesús resucitado y vivo y de su amor por cada uno de nosotros”.

Y digo yo: ¿hay alguien que pueda ser tan presuntuoso como para afirmar sin complejos que “otros” no “cumplen los requisitos” para que nadie experimente a nuestro Señor Resucitado? ¿De verdad creéis que tal experiencia está reservada solo a unos pocos? ¿Alguien puede explicarme dónde está la diferencia entre unos que suelen hablar siempre en términos negativos, de condena, de prohibición moral, de cercanía a los poderosos o más enriquecidos de nuestra sociedad y otros que suelen hablar siempre en términos de todo vale, de arrogarse el título de estar al lado de los pobres, de los colectivos más cuestionados, de los que sí viven el evangelio de verdad y han entendido perfectamente el mensaje de Cristo? ¿No llegan, acaso, a la misma conclusión unos y otros? Al final, acabamos ambos diciendo, directa o indirectamente, que nosotros –los guardianes de la ortodoxia y el dogma o los guardianes de la libertad y el progresismo- somos los que vivimos de verdad el Evangelio y los otros están equivocados e impiden que los jóvenes experimenten la gracia de la Resurrección.

En resumen: estoy un poco harta de estos discursos. Cada vez me suenan más huecos y cada vez me irritan más, me entristecen más. Pienso en algunas viñetas, aparentemente tan progres y frescas, y no me imagino al Dios de Jesús sonriendo, contento de que nos estemos tirando piedras unos contra otros, públicamente, de continuo. Pienso en algunas decisiones de la organización de la JMJ y tampoco puedo imaginar que Él se alegra. ¿Tanto tenemos que echarnos en cara unos a otros? ¿De verdad pensamos que estamos tan distantes? Creo que no.

No me gustó que casi la primera imagen pública de la JMJ fuera una fotografía de nuestro Cardenal con los hombres más poderosos de la sociedad; no porque ellos sean malos o buenos, por supuesto, sino por lo que significan y lo que se mueve detrás de ese mundo inevitable de la banca, el negocio, la empresa, las multinacionales… ¿Era necesario alardear como primeros “aliados” de este sector social? Ahora bien, me gusta tan poco o menos que muchas voces rechacen la JMJ por sus patrocinadores, transmitiendo una especie de regusto farisaico, muy de la época de Jesús, cuando éste iba a comer con publicanos y recaudadores de impuestos corruptos. ¿O acaso imaginamos a Zaqueo pobre? Un poco de seriedad… Por otro lado, querer comprometernos por una sociedad y un mundo más justo y equitativo no creo que nos haga parte de una casta de “puros” evangélicos, casi intocables, porque si nos mezclamos con ellos, nos “contaminamos”. Tengamos cuidado, porque es una de las herejías más frecuentes desde los primeros siglos… Se ve que está bien inserta en el corazón humano. Más aún: supongo que todos los que firman y afirman que la JMJ es una cueva de bandidos y ladrones por permitir el patrocinio de determinadas firmas, no beberán jamás coca-cola, ni whisky, ni llevarán vaqueros, ni entrarán jamás en ninguna cadena comercial, ni comprarán comida precocinada, ni escucharán cierta música, ni cobrarán su nómina de ningún banco, ni… Porque sería un despropósito criticar que para un evento social con los números que se manejan no se contara con el dinero de nadie (señal de que la Iglesia lo tendría y sería un escándalo mayor) y encima nosotros, personalmente sí pudiéramos beneficiarnos de estos servicios de clase media europea.

Por otro lado, están las críticas a la “estética” de la JMJ, los medios utilizados, la imagen… Me extrañan estas críticas porque suelen venir de grupos que también critican unos medios eclesiales pasados de moda en la evangelización, con una estética rancia y obsoleta, con una enorme necesidad de comunicarse adecuadamente en nuestro tiempo. Hay algunas cosas, lo repito de nuevo, en la JMJ que no comparto. Pero hay que reconocer que el esfuerzo económico y personal para estar presentes en las redes sociales, en webs de diseño sencillo y atrayente, en mensajes audiovisuales bien hechos, está dando su fruto. Como era de esperar. Y sí, claro. Esto cuesta dinero. ¿O también seguís pensando que para la Iglesia hay que trabajar siempre de balde? ¿Buscamos a especialistas profesionales en cada campo y les decimos que estén un año trabajando sin sueldo para mayor gloria de Dios? ¿Sostenemos a sus familias mientras tanto? Parece más lógico que tengan un sueldo de acuerdo con el trabajo que hacen y unos medios que permitan hacernos presentes como iglesia, con sencillez pero con audacia. Y eso, en nuestra sociedad, cuesta dinero. No seamos ingenuos.

En un mundo globalizado, tecnológico, de masas, ¿se puede plantear la iglesia una presencia sin construir un altar de tantos metros como nos tienen acostumbrados en estos eventos? Pues sinceramente, creo que no. ¿Queremos reunir a tanta gente sin contar con dispositivos de seguridad, transporte, sanidad, megafonías, imagen? Entonces, ¿cómo lo haremos? ¿Desde una tarima? Otra cosa es que lo que queramos discutir es que la iglesia tenga presencia pública y que en el fondo de nuestro discurso se esconda una opción de fe reducida al interior de cada uno. Entonces, estamos en otro debate. Pero no lo mezclemos. Cuando un grupo tan grande de ciudadanos quiere hacer una reunión o congreso, sin dañar a nadie, ¿no es lícito pedir a las autoridades que administran sus impuestos que cubran los aspectos organizativos del evento? Porque eso es lo que están haciendo las diferentes administraciones públicas relacionadas con la JMJ en Madrid. Ni más ni menos. Ni están dando dinero ni están quitando de otro lado. ¿Porqué estos grupos tan aparentemente comprometidos no piden que se disuelvan las fiestas de carnaval o el día del orgullo gay o el congreso de mundial de cualquier disciplina, en aras al recorte presupuestario y a la necesaria austeridad ciudadana? Volvemos a mezclar todo.

No faltan las críticas por la presencia masiva y significativa de algunos grupos eclesiales numerosos y claramente conservadores. Es cierto. Y a veces un tanto indignante el trato de favor que desde la misma Iglesia se dispensa a estos grupos, tanto en la organización de la JMJ como en el resto de la vida eclesial. Especialmente en comparación con otra realidad eclesial con una tradición tan rica y con un fundamento teológico tan arraigado y probado como en la Vida Consagrada y las grandes familias carismáticas. Pero ese es otro tema, que repito, es doloroso e injusto. Ahora bien: quienes hacen estas críticas, ¿se han ofrecido a colaborar en la organización?, ¿han intentado trabajar y dialogar alguna vez con miembros de estos movimientos?, ¿van a hacer algún esfuerzo para estar presentes en la JMJ con sencillez y verdad, desde lo que son o más bien han optado por montar una movida paralela este verano y en otras ocasiones? ¿Acaso los agravios comparativos y desigualdad de trato, en el caso de que lo hubiera, desde la JMJ, justifica que “los otros” hagan lo mismo? Creo que no. Más bien, hagámonos presentes con nuestro carisma, con nuestra forma de vivir la fe, aportando lo que somos como un bien para la Iglesia y no como un arma arrojadiza que pretende decir de nuevo que los demás no están “en la verdad de Jesús”.

Por último, no quiero dejar de decir una palabra en lo referente al sentido pastoral de la JMJ y su alcance. La vida de un joven y de cualquiera de nosotros es demasiado amplia, gracias a Dios, como para creernos que “nuestra” pastoral, la que sea, es lo único que le va a acercar a Cristo o a alejar de Él. Sería una arrogancia bastante ingenua pensar que la JMJ o una Pascua juvenil en nuestros grupos o cualquier otra actividad, van a ser el centro de la vida de nadie. Y sin embargo, todos conocemos personas que a partir de un hecho concreto y puntual (por ejemplo, una estancia en Taizé, una experiencia misionera en otro país, un voluntariado en un barrio, una JMJ….) han reordenado su vida, han descubierto lo que son y lo que quieren llegar a ser, lo que Dios supone para ellos y la gracia que de Él reciben. Nuestra actitud creo que suele ser la misma: preparar esas actividades puntuales con todo el corazón y toda el alma, cuidándolas lo más que podemos, y al mismo tiempo, saber que se encuadran en un marco mayor de educación en la fe, de acompañamiento, de crecimiento humano… y por tanto hay que relativizarlas. ¿No podemos tener esta misma actitud con la JMJ, siendo un evento tan significativo para nuestra Iglesia, la Iglesia en la que vivo y en la que he conocido a Cristo?

Algunos de los planteamientos de fondo de la JMJ no coinciden con mi modo de vivir la fe. No son cosas marginales; son visiones de la vida religiosa, del lugar y sentido de los sacerdotes respecto al resto de vocaciones y carismas, de las prioridades a la hora de distribuir los gastos, de una mayor o menos sacramentalidad… Sin embargo, entiendo que dada la diversidad interna de la Iglesia católica, sería imposible que nadie –y digo nadie- pudiera organizar un encuentro mundial de jóvenes de tal manera que coincidiera con la sensibilidad y formación de todos los católicos. Y por otro lado, entiendo igualmente que la ni la iglesia ni la vida pastoral de España termina ni acaban en la JMJ.

Pueden gustarte más o menos los grandes eventos con números ingentes. Puede gustarte más o menos todo lo que conlleve visibilidad social de la iglesia. Lo que me cuesta admitir son las críticas desmesuradas y despectivas de unos para con otros, vengan del lado que vengan. Sobre todo, porque además de creer que son muy poco evangélicas y muy poco inteligentes en cuanto testimonio de cara a la sociedad, están dañando a la inmensa mayoría de los jóvenes cristianos que no queremos estar ni en un extremo ni en el otro. Queremos aprender a ser iglesia con la iglesia, cuando nos gusta más y cuando nos gusta menos. Queremos aprender a ser respetuosamente críticos, con los más lejanos y con nosotros mismos. Queremos aprender a vivir en coherencia la riqueza que recibimos de Dios y las actitudes y decisiones de nuestra vida cotidiana. Queremos, en definitiva, seguir a Jesús en esta iglesia y en este mundo, porque no hay más; y condenar a este mundo o a esta Iglesia –formando parte de ambos- no deja de tener una mezcla de ingenuidad y de presunción farisea. Del lado que venga. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).