A FONDO
IÑIGO GARCÍA BLANCO, Hermano Marista, i_garciablanco@maristasiberica.es
MADRID.
ECLESALIA, 19/11/13.- Nos encontramos a las puertas del cierre de este año 2013, donde la Señora Prima ha mudado de casa, donde la Señora Crisis ha dejado su firma irreversible, donde la Señora Embargo hace acopio insostenible de inmuebles, donde la Señora Sanidad le han arrebatado la cita médica, donde la Señora Educación no encuentra sus papeles, donde seguimos recabando estadísticas para ver si la mirada social reconoce otra realidad.
El ánimo se torna difícil ya no sólo a finales de mes, como solíamos decir; cada día el exceso de indignación y precariedad asolan muchos diálogos a la intemperie.
Releyendo el VII Informe del Observatorio de la Realidad Social, elaborado por Cáritas, podemos afirmar que se ha instaurado un proceso sostenido de destrucción de empleo, con una reducción drástica de las posibilidades de ingresos económicos suficientes en numerosos hogares. A este proceso hay que añadir la consolidación de la reducción y el agotamiento de las ayudas de protección social. Es patente la insuficiencia y la reducción de la capacidad protectora del sistema público. La exclusión social, la pobreza y la vulnerabilidad son fenómenos estructurales que hoy, a consecuencia de la crisis, se hacen especialmente visibles; pero el proceso de deterioro progresivo de los derechos y de la protección social, especialmente para los más desfavorecidos, no es algo nuevo.
Nuestras familias están haciendo frente a tres graves situaciones originadas en el seno de nuestra sociedad:
- El paro prolongado (unido al agotamiento de las prestaciones públicas por desempleo en 2011).
- La falta de liquidez y dificultad para el pago de hipotecas y suministros.
- La insuficiencia del sistema de protección social público: retrasos, endurecimiento de requisitos y condiciones, baja intensidad de cobertura en necesidades básicas, y eliminación de ayudas y prestaciones.
El clima actual social, en más de una cuarta parte de la población española, conlleva un riesgo de falta de cohesión social. Este riesgo se fundamenta en:
- El incremento de la desigualdad (se ensancha la distancia entre los salarios de los trabajadores con remuneraciones más bajas y la media) y de la pobreza en España. Se reduce la renta por persona y se concentra la pobreza en los hogares con sustentadores principales jóvenes y en los hogares con menores.
- En el aumento del desempleo (hasta el 24,63%), su precarización (avanzada antes de la crisis y agudizada con la nueva reforma laboral) y el elevado porcentaje de trabajadores pobres (14,4%).
- En el repliegue progresivo de los sistemas de protección social, incluso antes de la crisis.
- En el desgaste de los mecanismos de protección familiar.
- En la crisis recaudatoria: la economía sumergida y el fraude fiscal.
¿Por dónde tirar? Las deudas se agravan, las economías domésticas padecen anemia y la sociedad del bienestar empieza a dar paso a una economía de subsidiariedad. Los relatos que nos llegan son reales: corte de suministros ante el impago reiterado, carros de compra sustituidos por bolsas ligeras, medicamentos genéricos (si los hubiere), libros y materiales escolares pospuestos, cuotas anuladas en la comunidad y en los seguros que nos resguardan, etc. No pinta bien el panorama de nuestros barrios, bueno, al menos de aquellos que conocemos.
En 1999 ya se decía, que “entre las múltiples causas que llevaron a una deuda externa abrumadora deben señalarse no sólo los elevados intereses, fruto de políticas financieras especulativas, sino también la irresponsabilidad de algunos gobernantes que, cuando contrajeron la deuda, no reflexionaron suficientemente sobre las posibilidades reales de pago, con la agravante de que sumas ingentes obtenidas mediante préstamos internacionales fueron destinados a veces al enriquecimiento de personas concretas, en vez de ser destinadas a sostener los cambios precisos para el desarrollo del país. Por otra parte, sería injusto que las consecuencias de estas decisiones irresponsables pesaran sobre quien no las tomaron.” (Exhortación Ecclesia in America).
Mucha diferencia no parece haber con la situación actual en nuestro entorno. Las deudas actuales son tan demoledoras que imposibilitan proyectos vitales y sociales. Se precisa de inyección de liquidez (económica primeramente, afectiva después).
¿Cuál es la propuesta para equilibrar las oportunidades y cubrir las deudas? ¿Sería posible restaurar el diálogo en nuestros municipios hacia un pacto social, corresponsabilizándose de quienes se han hundido y quedan a la intemperie? ¿Sería una locura instaurar una condonación civil del pago de alquileres inmuebles y determinados suministros que están perpetuando en la actualidad la habitabilidad? ¿Cómo canalizar no las descripciones sino las respuestas que necesitamos para cambiar el escenario y la falta de color en estos hogares sociales?
Creo que podemos y debemos dar una respuesta contundente, responsable y políticamente comprometida con los más vulnerables. Precisamos de un nuevo tiempo de jubileo, de perdón, de aligerar el lastre.
Creo en la capacidad de recuperación, de reinvención, de fortalecimiento y de emprendimiento de nuestros barrios; sólo debemos dilatar un tiempo otros intereses que nos niegan esta corresponsabilidad.
Es posible construir otro barrio, el que precisamos para convivir y dar cauce a su riqueza y a sus posibilidades. Escuche, en cierta ocasión, en Portoalegre (Brasil): ‘nadie es pobre, todos somos ricos, todos tenemos algo que aportar y movilizar’.
No dudo en que terminamos un año crítico, pero no quedamos en estado crítico… ¡¡hoy y mañana, nos sostiene la esperanza y la ilusión compartida!! (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).