ENTENDER EL MAL A PARTIR DE JESÚS DE NAZARET
A propósito de Mc 1,21-28*
JOSÉ RAFAEL RUZ VILLAMIL, ruzvillamil@gmail.com
YUCATÁN (MÉXICO).
ECLESALIA, 05/02/21.- Pocas cuestiones han inquietado tanto al hombre, desde que tiene conciencia de sí, como el enfrentar la realidad del mal, presente, como está, en todos los ámbitos de su existencia. Este enfrentamiento —que durante siglos se ha dado en el terreno de la experiencia religiosa hasta el surgimiento del pensamiento racionalista-positivista que, por cierto, no acabó nunca de dar una respuesta del todo satisfactoria— tuvo en el mundo antiguo, como solución común, la creencia en elementos sobrenaturales —o dioses— con diferentes atributos, hasta decantarse en la dualidad bien-mal, encarnada en dos divinidades siempre en un conflicto en medio del cual se encuentra, irremisiblemente, el ser humano. Empero, esta cuestión vino a darse de una manera harto diferente en el pensamiento religioso de Israel donde, al menos en sus orígenes, el monoteísmo radical rechaza por principio la existencia de cualquier dios paralelo a Yahvé: no de balde la Shemá, —texto que expresa la mejor esencia del monoteísmo del Antiguo Testamento— reza: «Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé». Este monoteísmo radical —con toda su potencia aglutinante en cuanto que brinda un sustrato unitario y unificador al hombre tanto en términos personales como sociales— tiene como correlato necesario el considerar a Dios como la causa única de cuanto acontece en el devenir humano: «Yo soy Yahvé, no ningún otro; yo modelo la luz y creo la tiniebla, yo hago la dicha y creo la desgracia, yo soy Yahvé, el que hago todo esto».
Ahora bien, cuando en el proceso teológico del monoteísmo judío se va generando una idea de Dios influenciada por el ideal helenista de perfección —entendida ésta como ausencia de defecto alguno—, la realidad de Yahvé como causa única acaba siendo un tanto chocante: como que contradice a la idea de perfección el hecho de ser el origen de lo que ahora se considera negativo o deficiente, aunque antes se entendiese como parte de la condición humana. La solución —indudablemente sincretista y con base en elementos tomados del pensamiento religioso persa— es admitir junto al único Dios la existencia de entes que, aunque subordinados, vienen a ser los responsables de la existencia del mal en sí y de la calamidad humana en tanto que son inductores al mal. Vale subrayar que el concepto de perfección originalmente asociado al Yahvé de Israel consiste más en el amor absoluto traducido en una presencia incondicional y fiel en todas las vicisitudes de la existencia humana, y no tanto en la ausencia de lo quese considera defecto o deficiencia: a esta idea de perfección se atiene Jesús de Nazaret cuando propone: «Pues yo les digo: Amen a sus enemigos y rueguen por los que les persigan, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos […] Ustedes, pues, sean perfectos como es perfecto su Padre celestial».
Es, ni más ni menos, con esta idea del Yahvé de Israel con la que Jesús comienza la praxis del Reino de Dios. Así el evangelio de Marcos pone en escena la visita del Maestro a la sinagoga de Cafarnaún. Y es allí, en el contexto de la lectura, el comentario y la reflexión de la Escritura, donde Jesús es desafiado por un “espíritu inmundo”, forma semita, por demás interesante, pera referirse a lo que el pensamiento griego llama demonio: y es que no deja de haber en esta manera de llamar al mal, un cierto vestigio del monoteísmo radical: el espíritu, aliento que, proviniendo de Dios, da vida al hombre, puede, como en este caso, estar lleno de inmundicia, pero sin dejar del todo su origen.
Así, el “espíritu inmundo” de marras reta a Jesús intentado, primero, ahuyentar su presencia: el “qué tenemos nosotros contigo”, en efecto, es una fórmula común en el Antiguo Testamento que indica rechazo e indignación; y, luego, tratando de conjurar el poder de Dios presente en Jesús con la mención de su nombre y de su realidad más profunda —Jesús de Nazaret, el Santo de Dios—, pronunciados como encantamiento para adquirir poder sobre el mismo Jesús.
Pues bien, la respuesta de Jesús al desafío del “espíritu inmundo”, lejos de enredarse en las complejas fórmulas de los exorcismos de entonces, viene plena de poder en forma de orden breve y taxativa: «Cállate y sal de él», de donde puede inferirse que, si bien Jesús participa de la cultura y del pensamiento de su época, no se somete al antropomorfismo con el que sus contemporáneos han revestido la realidad del mal, sino que, sin negarla, la reduce a un ente manejable en cuanto que está supeditado a Dios que, ahora como Padre, se hace presente en él para librar a los hombres no sólo de la esclavitud de cualquier fuerza negativa, sino también de las ideas del mal que, al ponerlo casi al nivel de Dios, acaban impidiendo al hombre a callarlo y echarlo fuera como lo hace Jesús de Nazaret.
Resulta pertinente notar que los efectos de la posesión de algún espíritu impuro pueden resumirse como una conducta antisocial y autodestructivacosa que, desde una perspectiva psicológica, bien puede entenderse como una especie de refugio buscado por quien se experimenta a sí mismo como rebasado por la desgracia y la calamidad; y si se toma en cuenta que lo que se dice del individuo puede afirmarse también del cuerpo social —al menos en algunos casos—no resulta, pues, extraño observar sociedades literalmente enfermas o “poseídas “ por un espíritu impuro de destrucción. En suma, la posesión por espíritus impuros puede entenderse, tanto a nivel individual como colectivo, como el sometimiento a fuerzas y actitudes de signo negativo como consecuencia de un sentimiento —profundamente experimentado— de derrota y de impotencia.
De un modo análogo a los discípulos del Galileo de entonces, los discípulos de hoy habremos de estar atentos a cuanto hace retroceder el mal, tanto en las personas como en los pueblos, y leerlo como signo del Reino de Dios que continuamente viene y que, por honestidad y fidelidad al mismo Maestro, hemos de apoyar: “Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» Pero Jesús dijo: «No se lo impidan, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros» (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia)..
*«Llegan a Cafarnaún. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.» Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea».
Mc 1,21-28
Los comentarios están cerrados.