TOCAR LA LEPRA: LIBERAR DE LA EXCLUSIÓN
A propósito de Mc 1,40-45*
JOSÉ RAFAEL RUZ VILLAMIL, ruzvillamil@gmail.com
YUCATÁN (MÉXICO).

ECLESALIA, 19/03/21.- ¡Un leproso cara a cara de Jesús de Nazaret! Y es que un leproso en Israel no es en modo alguno un enfermo cualquiera: su grado de impureza es tal que su exclusión socio-religiosa viene a ser la más radical de las exclusiones ordenadas en la Ley: “El afectado por la lepra llevará la ropa rasgada y desgreñada la cabeza, se tapará hasta el bigote e irá gritando: «¡Impuro, impuro!» Todo el tiempo que le dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y vivirá aislado; fuera del campamento tendrá su morada”; la diferencia en el grado de exclusión resulta abismal en relación con quienes afectados por otras dolencias —ceguera, parálisis, disfunciones psíquicas, y más— pueden permanecer en la sociedad y, de algún modo, participar en su dinámica. Hay, con todo y hasta en los casos más desesperados tal como la lepra, la esperanza de recuperar la salud y, con ella, la posibilidad de reintegrarse más plenamente a la vida social. Y es que difícilmente en el mundo mediterráneo del primer tercio del siglo I se entienda por lepra lo que se ha conocido modernamente como enfermedad de Hansen: bajo el término lepra hay que suponer entonces una serie de trastornos cutáneos —eczema, vitíligo, psoriasis, sarna, hongos, y más— que la medicina actual considera de etiología psicosomática en la mayoría de los casos. Resulta interesante revisar los capítulos 13 y 14 del Levítico donde se habla de lepra, además de humana, ¡de los vestidos y de las casas!

Vale, por otra parte, traer a colación la distinción entre enfermedad y dolencia, entendiendo la primera como la comprensión de la mentalidad contemporánea de una disfunción orgánica sujeta a curación por tratamiento biomédico con la expectativa de que el afectado vuelva a funcionar, a diferencia de dolencia que refiere un estado personal devaluado que afecta al ser humano cuando su entramado social se ha venido abajo o ha perdido significado. Estando, pues, en juego el estado de la persona más que su capacidad de funcionar, la curación resulta más un asunto de valores culturales que una cuestión médica: supone la reintegración al estado perdido por la enfermedad por encima de la mera rehabilitación fisiológica, de donde puede decirse que, encarnado en su cultura, Jesús curó dolencias más que enfermedades.

Ahora bien, en el caso del leproso en cuestiónse da una situación harto interesante: el relato consigna que cuando éste se acerca a Jesús y le pide, postrado, la curación de su dolencia, el Maestro reacciona “encolerizado” —así la traducción de la Biblia de Jerusalén, aunque las traducciones más comunes prefieran la variante “compadecido”—. No ha de obviarse la dificultad de un texto, particularmente cuando permite una mejor aproximación a la persona del Maestro: en este caso, la ira provocada en él por el leproso, lejos de tener como causa la proximidad de quien, impuro, transmite impureza, hay que entenderla como una reacción profundamente humana ante el desorden de la Creación que la enfermedad supone, y la exclusión legal correlativa: no de balde el gesto de Jesús que registra el relato es la imposición de manos en una clara confrontación con lo mandado por la Ley: la cólera y el gesto de tocar al impuro habla, de un modo así elocuente, de la aversión de Jesús por la exclusión, por muy legal que fuese, a la que está sometido un ser humano.

Jesús despide al leproso ya sano para que los sacerdotes del Templo de Jerusalén atestigüen su curación y autoricen su reintegración a la sociedad judía: respetuoso del código social de pureza-impureza, el Galileo abre al hombre curado el horizonte de la Ley como vía para recuperar su lugar en la comunidad. Y es que la sociedad judía tiene un sistema de significados de sentido existencial: el código de pureza-impureza determina que es lo que está en su sitio, o fuera de lugar. De este modo “las distinciones de la pureza encarnan los valores centrales […] y proporcionan, por tanto, claridad de significado, orientación de la actividad y coherencia para una conducta social” (así B. J. Malina, R. L. Rohrbaugh, Los evangelios sinópticos y la cultura mediterránea del siglo I, Estella 1996). Resulta ilustrativo como referencia de la exclusión-inclusión por motivos de pureza el relato de María, la hermana de Moisés y Aarón, que vino a ser castigada con la lepra por haber murmurado en contra de Moisés: “Y se encendió la ira de Yahvé […] María advirtió que estaba leprosa, blanca como la nieve”. Al ruego de Moisés, Yahvé accede a levantar el castigo: “«Que quede siete días fuera del campamento y luego sea admitida otra vez.» María quedó siete días excluida del campamento”.

Pero en el caso del leproso en cuestión sucede algo fascinante: el excluido pierde todo interés en su inclusión social por la Ley: lejos de ir al Templo de Jerusalén, se convierte en pregonero de Jesús de Nazaret. Y es que, indudablemente, el exleproso encuentra en el mismo Jesús la posibilidad nueva de inclusión en una comunidad que ya no gira en torno a la Ley, sino en torno de la igualdad fraterna: es, justamente, el gesto de la imposición de manos de Jesús como un desafío implícito al mundo de la Ley —tocando lo legalmente impuro sin miedo ni respeto al tabú de la contaminación—, lo que abre al leproso un horizonte radicalmente distinto: el Reino de Dios, en el que se experimenta incluido.

Queda, entonces, la memoria de la mano extendida de Jesús de Nazaret sobre la piel del leproso como instancia crítica a las leyes de una sociedad que rechaza todo lo que no se acomoda a sus prejuicios, al tiempo que una exigencia perentoria a la comunidad universal de discípulos que el Maestro fundara para ser el espacio incluyente que, de modo alternativo, venga a ser el hogar de todos los excluidos (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

*«Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme.» Encolerizado, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio.» Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. 43 Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio.» Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes».

Mc 1,40-45