LA CAUSA DE JESÚS
A propósito de  Jn 6,1-15*
JOSÉ RAFAEL RUZ VILLAMIL, ruzvillamil@gmail.com
YUCATÁN (MÉXICO).

ECLESALIA, 30/07/21.- Considerados como expresión de la irrupción del Reino de Dios en la historia, los hechos de Jesús de Nazaret —obras de poder según la tradición sinóptica, signos según la tradición del cuarto evangelio y, en las lenguas latinas, llamados milagros— muestran también la voluntad de Dios como Padre en relación con el bienestar de sus criaturas. Así, el recuerdo de Jesús dando de comer a una multitud y que ha venido a llamarse la multiplicación de los panes y los peces, es el único hecho del Maestro conservado en los cuatro evangelios, aunque vale subrayar que en ninguna de las seis versiones (Mc 6,30-44; 8,1-10; Mt 14,13-21; 15,32-39; Lc 9,10-17; Jn 6,1-15) haya referencia alguna al multiplicar y, sí, al partir y bendecir o dar gracias, y el desafiar abiertamente a la lógica económica.

El relato inicia con un diálogo, entre Jesús y los suyos, estructurado como un juego desafío-respuesta propio de la mentalidad mediterránea del primer tercio del siglo I y en el que queda de por medio el honor del desafiado: así, en la versión de Juan, es Jesús quien toma la iniciativa y plantea un desafío a los suyos en la persona de Felipe que, a su vez, responde al Maestro con otro desafío apelando a un razonamiento económico —apoyado por el comentario de Andrés en relación con la escasez de recursos— como argumento de la imposibilidad de cumplir el deseo del Galileo. Este zanja la cuestión con los hechos dejando a salvo su honor tanto ante los suyos como ante la multitud, y consiguiendo que los discípulos miren el problema desde su perspectiva.

Y aunque es, justamente, en el ámbito de los hechos donde la razón educada en el positivismo encuentra escollos insalvables en un relato de esta índole, vale apuntar en relación con milagros de Jesús que “no se los estudia tanto como un «en-sí» a partir de un cuestionamiento filosófico y científico, sino más bien como manifestaciones que se sitúan en un determinado contexto histórico y que son capaces de impactar a quienes vivían en ese tiempo y lugar” (así J. Schlosser, Jesús, el profeta de Galilea, Salamanca 2005). Y es que es, precisamente, el impacto del hecho en cuestión lo que distingue el relato de Juan de aquéllos de los sinópticos, a más de venir a aclarar algún punto de estos. En efecto, es el cuarto evangelio el único que recuerda la reacción de la multitud saciada: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Ahora bien, en el horizonte de la expectativa mesiánica de entonces, el imaginario popular, a partir de una cierta lectura de un texto del Deuteronomio —«Yahvé tu Dios te suscitará, de en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo: a él escucharéis» (18,15)—, alimenta la idea de que un profeta como Moisés habría de venir como respuesta de Dios a la calamidad de su pueblo. Y si bien en los círculos cultos de Judea se identifica al tal profeta con Elías, parece ser que en Galilea este profeta se piensa en una como síntesis de Moisés y Elías.

Ahora bien, una vez que se propaga entre la multitud la asociación entre Jesús y el profeta esperado, el correlato es hacer Rey de Israel a este predicador galileo: esto supone, ni más ni menos, iniciar una revuelta con él a la cabeza, cuestión harto plausible y, por demás, sumamente crítica. Y es que el no alineamiento de del Maestro con ninguno de los grupos y fuerzas de entonces aunado a lo inédito de su praxis, hubo de permitir que los diferentes intereses en juego y que se relacionan con un futuro inmediato de libertad en relación con la ocupación romana, interpretasen a Jesús según su conveniencia. De ahí que, según Marcos, Jesús “Inmediatamente obligó a sus discípulos a subir a la barca y a ir por delante hacia Betsaida, mientras él despedía a la gente” (Mc 6,45) actitud que empalma con la aseveración de Juan: “Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo”: se trata, evidentemente, de evitar que los discípulos—contagiados por el entusiasmo popular— acaben arrastrados a una aventura que Jesús no quiere y que rechaza en cuanto que contradice su perspectiva del Reino de Dios, esto es, de la presencia transformante del Padre en el mundo y en la historia de los hombres.

Es así que una lectura sesgada del signo del pan compartido vino a transformar en una masa al colectivo que Jesús invita a devenir en comunidad fraterna a partir de remontar la aparente escasez de recursos. Y es que, si bien el Reino de Dios supone la liberación existencial del hombre no sólo en su interior, sino, también y desde luego, en su dimensión socioeconómica y política, pasa, por voluntad expresa del Maestro, por la experiencia de la igualdad fraterna en una comunidad cohesionada por una causa común: la praxis del Reino de Dios, a diferencia de la masa, que suele generarse cuando un colectivo se aglutina y actúa movido por un entusiasmo circunstancial que, capitalizado por un líder, solamente es capaz de conseguir un objetivo inmediato. En este sentido, la dimensión histórica de la causa de Jesús de Nazaret, expresada en el pan compartido, queda como un cuestionamiento abierto a la inmediatez estimulada por la egolatría de quienes —en el ámbito que fuere—, creyéndose poseedores de la verdad absoluta, pretenden imponer sus intereses a costa de la dignidad y de la autonomía tanto de la persona como de la sociedad.

*«Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.

Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?»» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Dijo Jesús: «Hagan que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recojan los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo».

Jn 6,1-15