DESPEGUES FALLIDOS
KOLDO ALDAI AGIRRETXE, koldo@portaldorado.com
ARTAZA (NAVARRA).
ECLESALIA, 19/05/25.- Todos podemos fallar en el despegue. Cada quien abriga su causa, una pista que resbala, un exceso de nubarrones en el ambiente, una falta de ese mezcla imprescindible de coraje y queroseno para alzarnos… Nos puede fallar la mecánica interna y limitarnos a observar cómo otros calientan motores y se elevan. Conviene por lo tanto ayudarnos cuando nos quedamos en tierra, cuando el teléfono del auxilio desaparece de la pantalla, cuando hemos de abrir la esterilla sobre el frío mármol.
Desde los aeropuertos habitualmente abrazamos cielos, pero hay a quienes no les suena el pitido del «scanner» para poder volar, no les alcanza nunca para el pasaje. No terminan de despegar de su crítico asfalto, de la superficie enmarañada de sus días.
Los aeropuertos internacionales son grandes y concurridas plazas modernas en las que se reúnen almas de los más variados orígenes. Cada puerta de embarque es un mundo, una cultura diferente y tú saltarás de una a otra en cuestión de segundos. Pasar la noche en un gran aeropuerto nos brinda a menudo la posibilidad de conocer gente nueva. Nos priva de prisas matutinas, sobre todo nos ahorra grandes desembolsos en hoteles caros de sus cercanías. Sin embargo, para «los cuatrocientos de Barajas» la noche en el aeropuerto no es una opción vacacional, sino una necesidad vital.
Viajar puede curarnos de pertinaces individualismos, acercarnos a esas otras noches de tan ligero sueño ajeno. Tengo en mi haber muchas noches de aeropuerto, pernoctas a la vera de los “grandes pájaros metálicos”, en salas de espera de diferentes continentes. Para esta finalidad los mejores aeropuertos son aquellos que cuentan parque infantil y por lo tanto suelo de goma. Puedes tirar el saco y dormir sobre superficie mullida. No abundan en las grandes superficies de los aeropuertos largos bancos en los que estirarse por completo, pero un asiento apartado puede resultar también una solución más que aceptable, colocando los pies sobre la mochila o la maleta. El peor enemigo de las noches de aeropuerto son sin duda los altavoces. Ya no los hay que cantan vuelos, pero sí que repiten incansablemente obviedades que dificultan el sueño.
En ninguna de esas noches cogí chinches que, de todas formas, se hubieran quitado sencillamente con vinagre y bicarbonato. En esas pernoctas improvisadas sí me saqué miedos y limitaciones, también gané en solidaridad para con quienes no tienen otro techo. Ellos saldrán a la calle y no podrán gritar “¡Taxi!”, menos aún aspirar a una cama con sábanas blancas y limpias…
Se ha armado excesivo revuelo con quienes buscan refugio a la noche en esas inmensas instalaciones. Demasiadas escobas, incluso alguna sindical, los quieren “barrer” fuera. Más peligroso que coger chinches en un aeropuerto, es pillar, en la impóluta atmósfera de nuestro propio y blindado salón, el peligroso virus de la insolidaridad.
Acojamos pues, en Barajas, en nuestros colosales aeropuertos a quienes no disfrutan de amigos, a quienes no les aguarda a la noche el abrazo de ningún ser querido, a quienes no tienen la llave de ningún hogar y duermen con el ruido de los motores cercanos, descansan con la absoluta incertidumbre anclada en la «pista» de sus adentros (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

El aeropuerto no es un hogar digno: Un llamado a la solidaridad
Los aeropuertos son lugares de tránsito, espacios donde las despedidas y los reencuentros se entrelazan en un constante ir y venir. Sin embargo, para algunas personas, estos lugares de paso se han convertido en refugios improvisados, en una solución desesperada frente a la falta de un hogar. Pero el aeropuerto, por más amplio y luminoso que sea, nunca podrá ser un hogar digno.
Quienes no tienen hogar enfrentan una realidad brutal: noches frías en salas de espera, bancos incómodos que sustituyen una cama y la constante incertidumbre de ser desalojados o expulsados. El bullicio constante, las luces que nunca se apagan y la vigilancia permanente son recordatorios de que están en un lugar que nunca fue pensado para ellos.
¿Por qué alguien sin hogar termina en un aeropuerto? La respuesta es tan compleja como dolorosa. La falta de recursos, las dificultades para acceder a servicios de apoyo, las crisis personales o familiares y, en muchos casos, la pérdida de esperanza llevan a estas personas a buscar refugio donde sea posible. Los aeropuertos, con su clima controlado y relativa seguridad, se vuelven una opción para quienes no tienen otra.
Sin embargo, la solución no puede ser la resignación. Como sociedad, debemos mirar más allá del problema inmediato y reconocer el fracaso colectivo que representa ver a alguien sin hogar. Debemos promover políticas públicas que garanticen el acceso a viviendas dignas, fomentar programas de apoyo psicológico y social, y crear redes comunitarias que ofrezcan una mano amiga en momentos de crisis.
La indiferencia es una forma de perpetuar el problema. Pero la solidaridad y la empatía pueden ser el primer paso hacia el cambio. Porque nadie debería vivir en un aeropuerto. Porque cada persona merece un lugar que pueda llamar hogar.
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