ECHAR CUENTAS
CÉSAR ROLLÁN SÁNCHEZ, eclesalia@gmail.com
MADRID.
ECLESALIA, 04/10/21.- En estos días, van creciendo los ríos de solidaridad casi al mismo tiempo que los ríos de lava, en un mismo lugar, La Palma. Es prácticamente imposible no conmoverse por lo que están sufriendo muchos de los habitantes de la isla canaria; la pérdida de sus hogares y medios de subsistencia, así como de los recuerdos y pertenencias, han movilizado a personas e instituciones comprometidas por ayudar a quien lo necesite.
Quizá, en este trasiego de emergencias, a alguien se le pueda haber pasado que es el Estado el que ejerce la mayor fuerza de movilización en pro de las gentes afectadas por la erucción. El Estado está poniendo todos los medios necesarios para paliar las carencias y controlar lo que está pasando en cada momento, con el fin principal de que no haya, sobre todo, daños personales.
Es el momento de ayudar, sí, pero también, una vez más, de tomar conciencia de que somos todas y todos los que habitamos este país, quienes contribuimos a que el Estado tengan los medios necesarios para atender esta catástrofe; por eso me surge la necesidad de reflexionar sobre las cuentas que echamos cuando hablamos de solidaridad.
No es frecuente asociar el concepto solidaridad con el concepto impuesto, sin embargo, están íntimamente unidos si atendemos a la finalidad de ambos. Resulta que solidaridad es «adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros» (DRAE) e impuesto, «tributo que se exige en función de la capacidad económica de los obligados a su pago» (DRAE). La exigencia del impuesto deriva del Estado -democrático, en nuestro caso-, que atendiendo a la capacidad económica de quienes son obligados a su pago, recibe su tributo para el bien común. Los impuestos son la fuente económica con la que se ejercen labores beneficiosas para la ciudadanía (sanidad, educación, pensiones…), entre las que está la atender a situaciones catastróficas como las de la erucción del Cumbre Vieja.
Las respuestas a los llamamientos a la solidaridad deberían interpelarnos, antes, a nuestra responsabilidad como ciudadanas y ciudadanos; deberían hacernos plantear, previamente, si la contribución de nuestro tributo a las «arcas del estado» está siendo justa o si tratamos de restar engañando; desde evitar el IVA (Impuesto sobre el Valor Añadido), por ejemplo, a, en el caso de las grandes fortunas, alejarse de la tributación de su país, porque en otros lugares resulta más «barata».
Parece necesario darse cuenta de que solidaridad e impuesto, son términos gemelos y que ejerciendo bien nuestra ciudadanía, podemos contribuir desde el primer momento a ayudar siempre a quien lo necesita. Atender a las llamadas de auxilio y defraudar a la hacienda pública no cuadra; será postureo, movimiento emocional, negación del buen hacer de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, falta de conciencia y lo que es peor, carencia de ética.
Una conciencia bien formada exige entender esta manera que nos hemos dado para vivir en sociedad, más, si cabe, si de quienes hablamos es de personas creyentes que tratan de vivir el proyecto de Jesús de Nazaret: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.» (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).