AUMÉNTANOS LA FE
A propósito de Lc 17, 5-19*
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SUESA (CANTABRIA).
ECLESALIA, 14/10/22.- Cuando un niño nace lo colocan sobre su madre, y el niño no teme, confía. Se siente envuelto en la ternura de quien lo acaba de dar a luz. Esto es la fe, esa confianza de quién se abandona, de quien se entrega a vivir en Dios.
Cuando observo a los niños en brazos de sus padres, entiendo lo que es vivir en Dios. Cuando al niño algo le asusta o le asalta el miedo, corre a abrazarse a sus padres, y ahí se relaja, nada malo puede suceder.
El temor, el miedo, es vivir en el ego. En nuestra propia superficie marcada por patrones culturales, sociales, familiares. El miedo surge ante determinadas situaciones que no sé resolver o que no soy capaz de afrontar. El miedo no sano es un producto de la mente y por tanto aprendido. Este miedo solo existe en nuestra mente, en nuestro imaginario y es alimentado por él.
Lo importante no es creer en Dios, sino experimentar a Dios, porque si le experimento creeré en Él. La experiencia se convierte en depósito de nuevas experiencias. La fe es dejar a Dios ser Dios en nosotras y que se realice Su Voluntad. Confiar en Dios significa dejar de girar alrededor de una misma, de uno mismo, para vivir en la Profundidad donde yo soy y Él habita.
El aumento de fe no es un tema de cantidad sino de esencia. Pasar de la seguridad en las cosas o en los méritos propios a confiar en las posibilidades que Dios nos otorga.
La fe es descubrirnos habitadas de semillas de infinitud que hay que abonar todos los días, porque la fe es dinámica, y es una actitud ante la vida que marca toda nuestra existencia (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).
«Los apóstoles dijeron al Señor: —Auméntanos la fe. El Señor dijo: —Si tuvierais fe como una semilla de mostaza, diríais a [esta] morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería. Si uno de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando, cuando éste vuelva del campo, ¿le dirá, acaso, que pase enseguida y se ponga a la mesa? No le dirá, más bien: prepárame de comer, cíñete y sírveme mientras como y bebo, después comerás y beberás tú. ¿Tendrá que agradecer al siervo que haga lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho cuanto os han mandado, decid: Somos siervos inútiles, sólo hemos cumplido nuestro deber. Yendo él de camino hacia Jerusalén, atravesaba Galilea y Samaría.
Al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, que se pararon a cierta distancia y alzando la voz, dijeron: —Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros. Al verlos, les dijo: —Id a presentaros a los sacerdotes. Mientras iban, quedaron sanos. Uno de ellos, viéndose sano, volvió glorificando a Dios en voz alta, y cayó de bruces a sus pies dándole gracias. Era samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: —¿No se sanaron los diez? ¿Y los otros nueve dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios, sino este extranjero?»
*Lc 17, 5-18