PERO YO LES DIGO… I
A propósito de Mt 5,17-37*
JOSÉ RAFAEL RUZ VILLAMIL, ruzvillamil@gmail.com
YUCATÁN (MÉXICO).

ECLESALIA, 24/03/23.- Entendiendo el discurso del monte como la síntesis de la ética del Reino de Dios y que va dirigida primeramente a sus discípulos, Jesús de Nazaret en una sección densa se ocupa de la Ley; y sin analizar puntualmente el Decálogo completo y en orden, va glosando algunos de los mandamientos más como referencia para la reflexión y la crítica de los mismos discípulos y no con la intención de crear una especie de manual para seguir en su literalidad. Vale subrayar que, luego de enunciar los preceptos tanto del Decálogo como de la tradición, el Maestro propone sus propias exigencias a partir de un «Pero yo les digo…» con el que acaba, de alguna manera, contraponiendo —por seis veces— su propio pensamiento al de la Ley y la tradición a las que de modo genérico se refiere con un «Han oído que se dijo a los antepasados…».

Así y en relación con homicidio, Jesús deja entrever la práctica de la justicia penal en la Palestina del primer tercio del siglo I. Y es que, en efecto, el Maestro refiere que la gravedad del asunto queda en manos “del tribunal”, instancia que ocupa un lugar medio en el sistema de justicia de entonces que, de modo ascendente, va del escriba que conoce delitos menores en poblados pequeños pasando a un tribunal de tres escribas en asentamientos algo mayores; luego y según parece, en ciudades regulares hay un sanedrín menor compuesto por veintitrés miembros capaz de decidir procesos capitales y, finalmente, el gran Sanedrín de Jerusalén, con sus setenta y un miembros, viene a ser la instancia jurídica superior.

De lo anterior, puede deducirse que Jesús alude al sanedrín menor en cuanto a su capacidad de conocer homicidios, pero del cual parte, en una progresión más que radical, para hacerlo referente de la cólera entre los suyos; y continuar con el gran Sanedrín de Jerusalén como, también, referente de la gravedad que el Maestro considera que tiene la expresión de prepotencia y desprecio de quien se considera superior a los demás. Todo indica que “la gehenna de fuego” alude a un valle al sur de Jerusalén —el Valle de Hinnón— en que, antiguamente, se practicaron sacrificios humanos y, para entones venía a ser lugar donde se quemaban continuamente cadáveres y desperdicios siendo así algo como el basurero municipal de la Ciudad Santa y que acabó convirtiéndose en símbolo de lugar de castigo por sus llamas perennes y ruidos desagradables que la quema de detritus producía: este es el último lugar—por encima del mismísimo gran Sanedrín— que Jesús considera, en su progresión, que le corresponde a quien excluye a su hermano

Si como define el DRAE, adulterio es la “relación sexual voluntaria entre una persona casada y otra que no sea su cónyuge”, supone, de manera patente, un acto de injusticia y, en cierto modo, de burla en relación con la parte engañada del matrimonio. La enfatización y la radicalización del adulterio al que el Galileo lo lleva con la mirada de deseo ha de contextuarse en una cultura —tal la de Jesús— donde las expresiones físicas, al menos en público, son relativamente escasas y la mirada puede entablar una relación profunda: vale recordar las miradas del mismo Jesús ya de amor, ya de ira, ya de conmiseración. Junto a lo anterior, la palabra del Maestro en relación con el repudio acaba siendo un alegato en favor de la mujer en tanto que el repudiar es asunto exclusivo de los varones ante los cuales las mujeres viven una situación de indefensión total.

Perjurar, ya se sabe, es jurar en falso, y jurar es poner como testigo al mismo Dios o a sus criaturas de algo que se afirma o se niega. Ahora bien, el hecho mismo de jurar viene a suponer una palabra desacreditada, devaluada para quien la dice o para quien la escucha. Y si bien es cierto que el descrédito puede ser consecuencia de la ligereza o, de plano, de la mendacidad de quien habla, hay que admitir que también se deriva del prejuicio de quien escucha. Vale apuntar, empero, que, en cualquier colectivo, quienes detentan alguna autoridad suelen estar prejuiciados en relación con aquéllos que les están sometidos, en una asimetría franca, a su misma autoridad, de tal modo que el juramento acaba siendo como una defensa a las opiniones o, lo que es peor, a las decisiones de autoridades prejuiciadas a causa, las más de las veces, de percibirse estas últimas en grado de superioridad moral.

Resulta, entonces, más que claro que el Galileo está decido a recuperar, al menos entre sus discípulos, el valor de la palabra en sí como expresión de la integridad y la dignidad humana: «Sea su lenguaje: ‘Sí, sí’ ‘no, no’: que lo que pasa de aquí viene del Maligno». Asunto, por cierto, que, ante el maremágnum de papeleos, burocracias y más que caracterizan las organizaciones y las instituciones —todas— cobra una pertinencia urgente.

Así y si la actual comunidad universal de los discípulos y discípulas de Jesús de Nazaret convirtiese en praxis las palabras de su Maestro, acabaría siendo, no cabe duda, una instancia crítica más que luminosa para la sociedad global (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

«No piensen que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro: mientras duren el cielo y la tierra, no dejará de estar vigente ni una i ni una tilde de la ley sin que todo se cumpla. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.

Porque les digo que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraran en el Reino de los Cielos.

Han oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano ‘imbécil’, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame ‘renegado’, será reo de la gehenna de fuego. Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.

Han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna.

También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto en caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio.

Han oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo les digo que no juren en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea su lenguaje: ‘Sí, sí’ ‘no, no’: que lo que pasa de aquí viene del Maligno».

Mt 5,17-37